Haciendo amigos

¿Haciendo amigos?

No tengo la impresión de que el debate, la discrepancia, el espíritu crítico o el pensamiento libre sean valores socialmente reconocidos. Ni siquiera tolerados. Pero es lo único que tenemos para enfrentarnos al pensamiento único, a la versión oficial, a la presión social inducida por el poder, a los medios de comunicación sometidos, a la intelectualidad de pesebre, a los baboseantes afectos al régimen, al caciquismo de tractor o de mercedes ...

Este blog es un órgano de expresión personal que va más allá del subjetivismo y que tan sólo pretende aflorar una opinión, una sensación, un comentario ante retazos de la realidad que cada día pasan ante mis ojos.

¿Hacer amigos? Seguro que no es un blog que no rehúye polémica alguna el medio más adecuado para ello.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Y déjate de bolitas de colores

En breve, iniciaremos el periodo anual de la exteriorización de la alegría al más previsible y cínico estilo Hollywood. Sonrisas y ojos brillantes que reflejan los neones de cualquier centro comercial, enormes paquetes  (en esto el tamaño sí que importa al parecer) llevados por mujeres (la estética al uso exige que sean mujeres y de un estilo muy definido) y buenos deseos por doquier, lanzados como ráfagas de ametralladoras y a los que se debe contestar con el mismo entusiasmo del emisor. Todo ello con el apartamiento previo de personas o paisajes que puedan hacer sombra a la estética roja y blanca de los trajes del Papá Noel sponsorizado por la bebida pro-diabetes o a los reflejos multicolores de las bolitas navideñas.

Por favor,  inmigrantes, mujeres de belleza no  standard, gordos, gentes con cara de pasarlo mal, enfermos, niños y niñas tristes  y demás personas de aspecto poco acorde con estas fiestas, ¡colóquense fuera de plano YA!


Nada nuevo en una celebración que preconiza paces y hermandades universales obviando una  realidad que transforma el benemérito deseo en cruel mofa. 

Quizás en breve reciba  (yo, o la organización sindical para la que trabajo)   el bienaventurado impreso de deseo de diálogo y concordia del dirigente empresarial al que no se le cae la cara de vergüenza cuando dice que lo único que busca es flexibilidad para las empresas y, garantizar , con ello, que sus trabajadores puedan desarrollar su proyecto vital. 
Como si no supiéramos hasta  la saciedad que el único fin de la empresa se llama beneficio empresarial o que eso de la “responsabilidad social de las empresa” no es sino un camelo (similar al de, en su momento, tintarlas de verde y colocar en la marca el prefijo ECO). Y todo ello aderezado con una historia reciente de ERE´s, de cicatería empresarial promovida y alentada en un contexto de miedo a la pérdida del puesto de trabajo, de abuso de posición de privilegio construida bajo el palio de una legislación laboral  esclavista…

Y, para más kafkiana escena, con el lamentable concurso de organizaciones sindicales que idolatran eso que llaman PYME, olvidando que los eufemismos que utilizan (los trabajadores de mi empresa  no son trabajadores, son colaboradores  y, en realidad, parte de la familia) son para unir a la explotación más descarada el paternalista chantaje emocional; en ocasiones, ¡que vergüenza!, con éxito.

Y con la complicidad, aún más lamentable, del personal que sufre esos abusos y no es capaz de dar un paso al frente y denunciarlos. La barra de una bar devenida en sofá de psicoanalista parece ser suficiente respuesta, cuando no es más que la interiorización del fracaso. Entretanto el “emprendedor” sigue pagando como becarios a ingenieros que dan prestigio a su empresa, como pinches de cocina a quienes desarrollan tareas mucho más cualificadas, o como conserje a quienes realizan labores de seguridad de más responsabilidad y riesgo. Eso cuando paga, en un contexto social donde hasta el Estado tiene una deuda con sus trabajadores más directos, los empleados públicos, a cuenta de una retención-expoliación de una paga extra robada en el 2012.

Eso sí, cualquiera de esas empresas de hostelería, medicina, agropecuarias,  e, incluso, administración pública no tendrán empacho alguno en escupirme un cínico e informatizado correcto deseo de armonía y paz con un fondo de bolas de colores, cromatismo dorado y caro papel.

A semejante dislate le acompaña, otro año más, la incesante publicidad por todos los medios, de artículos creados para la felicidad artificial. No hablo de tráfico de drogas ilegales. Ni siquiera de tabaco y alcohol, con sus leves trabas al consumo y difusión. Ni siquiera de perfumes, joyas o juguetes que, con el producto, te proporcionan también fantasías sexuales,  status  o sexismo envuelto como valor añadido.  No hablo de ello porque hay gentes de mayor conciencia y sensibilidad ante estos temas que saben hacerlo mejor que yo. Aunque se las denoste  y sus lógicos reparos ante ello se califiquen como producto de la histeria.

No.  Me refiero a esa otra publicidad solidario-caritativa que no tiene empacho en promocionar ONG´s de ayuda a la infancia con el reclamo televisivo de una anciana asegurando a sus nietos que no come porque no tiene hambre, o ligando un proyecto de educación en África con una organización de carácter católico que regenta decenas de colegios privados, o asegurando que el sonido de un SMS es la trompeta anunciadora  del milagro consistente en que un bebé (negro, por supuesto, que estos no tienen derechos de imagen) resucita de su muerte anunciada por exótica enfermedad.  Analgésico para la conciencia a menos de 2 euros pildorazo; salvo condiciones excepcionales de tu operadora telefónica, claro...

Me refiero a esa publicidad que afea tu felicidad coyuntural  y, de inmediato, te ofrece el bálsamo que cura esa comezón en la conciencia. Me refiero a esa propaganda que no tiene reparo alguno en preceder  o suceder a otra que te recuerda que “la vida es chula” o que siempre tienes una casa a la que volver en Navidad.

Me refiero a esa publicidad caritativo-solidaria para la que las penurias del otro no son sino otro nuevo nicho (¡No me jodas! Lo llaman así, de verdad) de negocio.  Me refiero a esa canalla  carroñera que hace un modelo lacrimógeno del target   del hombre o mujer  que no compra medicamentos porque no puede y que , al fin y al cabo, como su enfermedad  es asintomática, parece que no pasa nada.

Me refiero a esa canalla  carroñera que hace del trabajador que raya el umbral de la pobreza  por lo miserable de su salario un afortunado productor porque  tiene un jefe que se infiltra, lo conoce  a él y su problemática,  se apiada (el verbo está muy bien escrito aquí) y, en un arranque de caridad cristiana o solidaridad postconciliar, le limosnea salvando así su alma (la del jefe cotilla) o su imagen empresarial.

Me refiero a esa canalla  carroñera que hace feliz solicitante de un crédito  al padre que se vé obligado a abrir los ojos de su hijo a la realidad cuando le dice que esa carrera que pretende estudiar no puede costearla. Ni siquiera en la Universidad Pública.

Me refiero a esa canalla  carroñera que hace una bella historia de amor y compadreo  del inmigrante que arrastra su mochila vacía de contenido material y que tan sólo puede mostrar unos brazos concertinos mientras infructuosamente trata de resguardar de la intemperie a un menor, con la única complicidad de  una manta  raída. Olvidando a los otros muchos que, junto a él, pasan la misma penuria sin haber tenido la suerte de que una cámara convirtiera su drama en portada de noticiario. Noticiario donde no se explicará que estos días habrá en mesas particulares de este país muchos más comensales que el total de  inmigrantes que acogerá España.

Me refiero a esa canalla  carroñera que hace de la persona sin hogar  un ejemplo  moralizante del lugar donde conducen conductas poco apropiadas y adicciones funestas. Esa misma carroñera canalla que los usará como figurantes a las puertas de comedores públicos en abigarrada y gráfica hilera de desventuras varias mientras informan del porcentaje de subida y/o recorte de prestaciones sociales.

En suma, hago alusión a esta ofensiva de amor y felicidad low-cost que, cual marea purpurina multicolor, pretende vendernos que si no hay gente alegre estos días, es porque no quiere. Que siempre habrá una familia que siente a un pobre a su mesa o quien done unas monedas para una beca de comedor o para encender una lucecita en un país a mayor gloria del santo fundador de la congregación tal o cual. Ofensiva de caridad y solidaridad, conceptos ambos ya casi sinónimos en función de las conveniencias religiosas o tinte ideológico del benefactor.

Caridad y solidaridad, el telón de humo adecuado para no hablar del derecho a la existencia  plena en función de necesidades,  habilidades y legítima búsqueda de la felicidad y bienestar personal y colectiva. Caridad y solidaridad como bálsamo de Fierabrás que  atenúa la necesidad terapéutica de sajar las infectas  heridas del cuerpo social que dan lugar a esta gangrena que, cual entremés, degustamos en especial cada día , entre el anuncio de langostinos y el las burbujitas doradas.

Algunos irreductibles, (hay quien diría irredentos) seguimos demandando, a contracorriente más que nunca en estas fechas, lo de siempre: 
Ni caridad, ni solidaridad. Justicia. 
Y déjate de bolitas de colores.

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