Nuestro país vive, tiempo ha, un estado de emergencia social. De bordear peligrosamente líneas rojas de exclusión, de tontear con el umbral de la pobreza, de mantener una pose de calculada indiferencia ante cifras que enmascaran con objetividad matemática dramas humanos de consecuencias previsibles, de convivir y aceptar con cotidiana normalidad violencias varias ejercidas, como siempre, en las carnes más débiles...
Pero parece que aún no se han enterado. Las situaciones angustiosas son carne de programas-basura y no de intervención social; los dramas son parte de la escaleta televisiva y la sucesión de rostros compungidos, lágrimas abundantes y emocionadas peticiones desesperantes de ayuda el fondo gráfico proyectado en infinidad de receptores de TV. Sin que nada de ello sirva para mover los resortes de cobertura social de un Estado que va camino de convertirse en el más cruel y duro de los cabos de vara de este inmenso campo de concentración y exterminio (exterminio por desesperación, por agotamiento, por todo...) llamado España.
Parece que no se han enterado. La caridad, término desacreditado por la asociación del mismo con imágenes en blanco y negro, está siendo sustituida por la solidaridad; pero una solidaridad de llamada telefónica a la tele para autocomplaciente minuto de gloria, de SMS solidario a un número de cuatro cifras, de "te suelto algo pero no me impliqes que bastante tengo con lo que tengo". Una solidaridad prostituida, una neocaridad para progres con conciencia. De justicia es de lo que nadie habla. Quizás porque hacerlo implica destapar a gentes que toleran la injusticia, aunque tan sólo sea por omisión. Y porque hay muy pocos que puedan lanzar la piedra primera sin exponer sus vergüenzas.
Parece que no se han enterado; o que , si lo han hecho, es la indiferencia asesina de quienes pueden hacer mucho por cambiar este estado de cosas la que perpetúa el descenso a los infiernos. A los infiernos ajenos, matizo.
Los comedores escolares son parte importante de eso que llamamos Justicia Social. Y no porque haya convenciones, documentos y declaraciones institucionales que así lo digan, abogando por el derecho de la infancia a una alimentación adecuada. No; es así. Simplemente, porque es de una obviedad tal que tratar de argumentarla sería de necios.
No es de recibo el que algún señor encorbatado y trajeado se permita decir que en Aragón solo ha habido dos casos de desnutrición infantil (eludiendo el hecho de que HABER y DETECTAR no son vocablos sinónimos) o el que alguna señora de orden se permita decir de el departamento de educación no es una obra de auxilio social y que la política de becas de comedor es la que es, en vergonzosa renuncia a liderar, desde el puesto privilegiado que ostenta, una auténtica guerra por el bienestar de los menores de cuya educación (la satisfacción de sus necesidades forma parte de ello) es responsable. No es de recibo y ni siquiera la ignorancia puede alegarse en tan flagrante omisión.
Pero parece que no se han enterado. Denuncias de profesores, alertas de monitoras de comedor, informes de organizaciones que, desde sus medios y concepciones, hacen todo lo posible por tratar de contener la marea con un pañuelo no parecen bastar para despertar las conciencias de quienes pudieran hacer mucho. Hacer del derecho al comedor un derecho universal no gratuito (lo pagamos entre todos a golpe de impuesto escotado), para todo el alumnado, sin restricciones temporales (también se come en septiembre y junio; también en verano) y sin necesidad de becas de requisitos absolutamente demenciales debiera ser un objetivo prioritario de una administración que piensa en el bienestar social de sus administrados.
La infancia no es propiedad de los padres; la infancia no es propiedad de nadie. Sin embargo el deber de guarda y custodia, el deber de atender todas sus necesidades, el deber de dotarles de todas las armas intelectuales y de desarrollo físico correcto para que puedan afrontar un futuro cercano que deben gestar desde ya mismo, nos incumbe a todo el cuerpo social. A todo el cuerpo social, desde la individualidad personal hasta el entramado colectivo. Hasta el estado, en cualquiera de sus vertientes. También en la vertiente que se ocupa del aspecto educativo.
Pero parece ser que Dolores Serrat no se ha enterado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario