El secundar una
jornada de huelga no es gratis. Como no lo es tampoco tener una actividad
sindical conocida, tatuaje perpetuo y perpetuamente visible que supone
desventajas, no siempre obvias, en una sociedad basada en el vasallaje al
poderoso y el temor a significarse por lo que pueda pasar.
Secundar una jornada
de huelga o ser activo sindicalmente no es gratis. No basta con soportar el
gansterismo empresarial que ya no
necesita pistolas para ejecutar su voluntad porque basta con una mirada
reprobatoria para conseguir sus objetivos de desmovilización y extensión del
terror. No basta con aguantar las molestias, imposiciones absurdas/caprichosas
o provocaciones de los uniformados y bien pagados monopolizadores de la “única
violencia legítima”. No basta con hacer un ejercicio de paciencia intelectual
cuando te comentan eso de la presunción de veracidad de unos (los y las de
siempre) sobre el resto (debe ser eso de iguales sí, pero dentro de un orden).
No basta con tener la absoluta certeza de que, al poco tiempo, puedes recibir
una notificación de apertura de expediente gubernativo, inicio de proceso de
instrucción penal o carta de despido.
No basta con todo
ello. Al menos a algunas personas no les basta para reblar, “moderar” actitudes
y, en suma, claudicar. Más bien al contrario, parece ser que estamos llegando
al punto de inflexión en el que, quizás, comienza a hacerse realidad eso de que
“el miedo cambia de bando”. Y que cada vez hay más brazos para levantar las banderas,
tantas veces abatidas y tantas veces vueltas a izar, del derecho a la felicidad
(en la vertiente que cada cual desee entender).
Pero el gestor del
miedo y del estado social de penuria en el que nos encontramos persiste
(tampoco se le puede exigir mucho más, me temo, a la vista de la insensibilidad
social de la que alardea) en una estrategia de represión y amordazamiento del
sector más crítico y combativo. Parece no entender que cuando la venda cae y te
permite ver la realidad, no hay mordaza capaz de impedirte gritar y denunciar.
Desde el ordenador (que importa menos, pero también) o desde la calle en los
formatos más firmes y contundentes; que eso sí que les molesta.
Hace escasas fechas
se realizó en la madrileña plaza de Callao una concentración para denunciar la
represión antisindical y el intento de bloquear, de facto, el derecho a huelga.
Varios centenares de sindicalistas están, o han sido recientemente, imputados
por delitos (síntoma de auténtica ceguera partidista) sin pruebas, sin testimonios
creíbles …
En breves fechas,
será el 9 de Julio, en nuestra ciudad se realizará una concentración con
idéntico fin. Porque también en nuestra ciudad tenemos ejemplos de ello; desde
el delegado repetidamente enjuiciado por faltar al honor de los reyezuelos de la
Osca profunda hasta el imputado por atentar
“por poderes” contra la consejera de educación disparando (con una
cámara fotográfica) y documentando una concentración contra la política educativa
de la susodicha, pasando por los trabajadores de un conocido establecimiento
hostelero fulminantemente despedidos por constituir una sección sindical. Sí,
también conocemos en esta ciudad el concepto de represaliado sindical.
Vivimos momentos
especialmente delicados en el mundo laboral. A las cada vez mayores ofensivas,
jurídicas y penales, se ha unido una estudiada campaña de descrédito de todo
aquello que tenga un aire sindical. La razón no puede ser más clara: el
sindicalismo de clase constituye la línea roja, el último baluarte de defensa
que nos separa del salvajismo de los neoesclavistas.
Para ello todo vale. La metodología empleada aúna una mezcolanza infecta de verdades a
medias, afirmaciones rayanas en la calumnia más vil y demagogia, así como la utilización
de una clá en los ranciosmedios afines que provoca vergüenza por lo obvio.
Entretanto, y merced
a esas prácticas, algo más de trescientos hombres y mujeres, gentes que vencen
su miedo día a día, aguantan la tortura sicológica de estar señalados para un
castigo futuro más o menos próximo. Multas o, ¡increíble!, cárcel por
participar en jornadas de huelga y ejercer un derecho reconocido en esta
prostituida constitución del 78, pasaporte a la impunidad para los reconocidos
autores y mantenedores de la dictadura, y nueva cadena que subyuga a las clases
populares a un estado de obediencia sumisa impensable en gentes libres.
Porque la realidad
es terca; terca y, además, incontestable. Nos han precarizado, nos han
empobrecido, nos han engañado, han hipotecado el futuro de los que nos siguen,
nos han excluido, nos han acercado peligrosamente a puntos de no retorno…
Y trescientos
hombres y mujeres se han enfrentado. Trescientos sindicalistas que no deben ser
abandonados ni provocar nuestra indiferencia. Entre otras razones porque su
causa es la nuestra, sus sufrimientos acompañan los nuestros y, sobre todo,
porque son de los nuestros. Con los
matices que se quiera, pero de los nuestros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario